El castro vetón de El Raso es de los yacimientos arqueológicos más completos de la protohistoria de la meseta castellana y data de los siglos V al I a.C. Raso proviene de la palabra latina Rasus, que significa 'llanos o claros de bosque' y por esa razón el castro de El Raso se aparece abierto, desprovisto de bosque y protegido de los vientos del norte al estar situado junto al pico Almanzor lo que le proporciona a lo largo del año una agradable temperatura.
Candelada estuvo poblada por los vetones durante la Segunda Edad del Hierro y así lo atestiguan los vestigios encontrados en las excavaciones del castro vetón de El Raso que, con una superficie de 20ha, dio cobijo en, aproximadamente 300 casas, a alrededor de 2.500 vetones.
Este era un pueblo de origen celta que penetró en la península alrededor de los siglos VIII-VII a.C y que ocupó parte de la meseta castellana, Extremadura y Portugal y, más concretamente, en el caso que nos ocupa, las sierras de Gredos, Gata y Peña de Francia.
La ocupación del paraje de El Raso por los vetones, según los vestigios arqueológicos encontrados, parece ser que fue motivada por la destrucción por parte de los cartagineses del poblado original situado en el llano en el contexto de las Guerras Púnicas entre romanos y cartagineses entre los s. III y II a.C.
En la época de esplendor del castro de El Raso, los vetones eran vecinos de los vacceos que ocupaban el territorio situado al norte; de los lusitanos, que ocupaban las tierras situadas entre el Tajo y el Guadiana, penetrando en lo que ahora es Portugal; y de los arevacos por el este; pueblos con los que mantenían habitualmente relaciones comerciales, prueba de ello son los vasos griegos de barniz negro, la figura etrusca de bronce y las joyas de oro y plata encontradas en el lugar durante las excavaciones realizadas.
Los vetones dotados de un importante espíritu guerrero se dedicaban sobre todo al pastoreo y vivían en un poblado construido en el paraje conocido como El Freillo. Dicho poblado estaba fortificado con una potente muralla de dos km. de longitud cercada con un foso y en cuyo interior vivían en casas de disposición regular, una al lado de la otra, con muros comunes. Para la construcción de las casas utilizaron materiales como la piedra, el barro y la madera. Las casas solían tener el hogar en el centro y alrededor de ella se distribuían el resto de las dependencias como el zaguán, la despensa y las estancias. En los ajuares recogidos en su interior destacan grandes vasijas, ollas, cazuelas y otros recipientes de alfarería realizados a torno. Entre los objetos metálicos destacan las herramientas de hierro, hachas, azadas, rejas de arado... Y un sinfín de útiles imprescindibles en la vida de cualquier campesino.
Parece ser que los vetones permanecieron en el castro de El Raso desde el s. IV hasta la llegada de los romanos a su territorio en el s. I a. C. En el año 61 a.C Cesar es nombrado gobernador de la Hispania Ulterior y aprovechando las luchas e incursiones de los lusitanos y vetones en los territorios comprendidos entre el Duero y el Tajo aprovechó para obligar a sus habitantes -en el caso que nos ocupa, a los vetones de El Raso- a abandonar las zonas altas de dificil acceso y fácil defensa y a ocupar las tierras del llano.
En algunos casos el abandono de los castros vetones no se debió a la imposición romana por la vía de las armas, sino que más bien fue el resultado de acuerdos pactados entre ambas partes, como así parecen atestiguarlo las evidencias arqueológicas en el caso del castro de El Raso, cuyo abandono se produjo, según las fechas de los denarios y ases encontrados en El Raso -119 y 47 a. C.-durante la última centuria a. C. y en el contexto de las guerras civiles entre los seguidores de Cesar y Pompeyo. No se sabe con certidumbre si el abandono del estratégico asentamiento de El Raso por parte de aquellos originarios candeledanos fue motivado por una decisión libremente adoptada o por la imposición de las legiones de Cesar por la vía del acuerdo, lo que si que parecen evidenciar los vestigios arqueológicos es que el castro no fue destruido sino que fue abandonado, lo que si podemos asegurar es que lo hicieron con cierta precipitación y prueba de ello es el abandono de pequeños tesoros como es el caso del llamado 'Tesorillo de El Raso', consistente en joyas de plata, torques (collares rígidos), un brazalete, una pulsera y una fíbula con igual decoración y cinco denarios de plata romanos, ocultado por su dueño en un lugar próximo al hogar junto al muro para preservarlo de los invasores.
La bajada de los vetones a las tierras bajas permitió a los romanos controlar de manera más fácil a los mismos y poder dedicarse así por completo a la articulación de la provincia, y a los vetones participar de las ventajas económicas y sociales resultantes de la pax romana implantada en el territorio, olvidándose en cierto modo de su cultura, aunque mantuvieron sus creencias religiosas y su culto, reuniéndose en lo que hoy es Postoloboso para adorar al dios Vaélico y dejando también en la zona muestra de su trabajo con la piedra en forma de verracos, de los cuales aún se conservan algunos. En este contexto parece ser que Roma procedió a la construcción de una importante calzada que atravesaba el actual término municipal de Candelada de este a oeste facilitando el tránsito de personas y mercancías entre la Hispania Ulterior y la Citerior y propiciando el crecimiento económico de aquellos ancestrales candeledanos que pudieron comerciar e intercambiar conocimientos con otros pueblos prerromanos como los oretanos, los vaceos, los arevacos, etc., pero sobre todo aprender de los romanos métodos, procedimientos y técnicas para ellos desconocidas hasta entonces, sobre todo aquellas relacionadas con la agricultura de regadío y la construcción. Con la romanización, Candelada pasó a pertenecer a la villa romana de Mérida
Parte de los hallazgos arqueológicos encontrados se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional de España, constituyendo lo que se denomina 'Tesoro de El Raso'.
Visita libre.